Emili Piera
Dicen que el belén es un invento napolitano. Debe serlo, el barroco es muy español y lo español, muy napolitano: llenamos la escenografía de la Natividad de animales, tropas, procónsules, puentes, cordilleras, pastorcillos, cagones y granjeras pastoreando ocas, además del Niño, la mamá, el padre (putativo) y, lo subrayo, la mula y el buey. He dicho la mula y el buey. Las innovaciones teológicas de los dos últimos papas pertenecen al campo del interiorismo y la decoración. O al de la cartografía, como cuando Juan Pablo II dijo que el infierno no era un lugar, arruinando así toda la imaginería romántica, a lo Doré, de calderas, llanto y cuerpos supliciados, que tanto hicieron por poblar mis pesadillas, la pesadilla es el primer género literario, según Borges.
Benedicto XVI, que ya dijo que el limbo no existía (con la de veces que he pensado yo en esos bebés colgados de la nada, sin redención ni destino, desandados, sumidos en una niebla sin contornos) y creo que al quitarnos la mula y el buey y, ahora, al decir que los magos no venían de Oriente, está desencarnando de tal modo la Natividad que se acerca, peligrosamente, a un teorema: así empezó Lutero. No tengo nada contra los teoremas, incluso me parecen muy alemanes, y estoy seguro que si los magos vinieron de Tartessos obsequiarían al Niño con algo tan valioso como el oro: una zambra con tanguillos y alegrías de Cádiz.
Este quitar y poner piezas del belén y decir que los romanos eran cartagineses me recuerda el cuento de Philip K. Dick en que unos guionistas de la tele se rebelan y hacen prender la primera chispa de la revolución, hartos de escribir si es mejor tomar una o dos cervezas, o hacerlo por la tarde o por la mañana. No digo que Su Santidad lo haga adrede, pero mientras hablamos de estas cosas, seguimos sin saber porque hubo tanto revuelo de sotanas cuando se aprobó el matrimonio gay y ahora no dicen nada, dónde han encontrado un solo argumento teológico contra la ordenación de mujeres o por qué el aborto es más grave que el desempleo. Me temo que en El Vaticano acaban de descubrir Gran Hermano.
Benedicto XVI, que ya dijo que el limbo no existía (con la de veces que he pensado yo en esos bebés colgados de la nada, sin redención ni destino, desandados, sumidos en una niebla sin contornos) y creo que al quitarnos la mula y el buey y, ahora, al decir que los magos no venían de Oriente, está desencarnando de tal modo la Natividad que se acerca, peligrosamente, a un teorema: así empezó Lutero. No tengo nada contra los teoremas, incluso me parecen muy alemanes, y estoy seguro que si los magos vinieron de Tartessos obsequiarían al Niño con algo tan valioso como el oro: una zambra con tanguillos y alegrías de Cádiz.
Este quitar y poner piezas del belén y decir que los romanos eran cartagineses me recuerda el cuento de Philip K. Dick en que unos guionistas de la tele se rebelan y hacen prender la primera chispa de la revolución, hartos de escribir si es mejor tomar una o dos cervezas, o hacerlo por la tarde o por la mañana. No digo que Su Santidad lo haga adrede, pero mientras hablamos de estas cosas, seguimos sin saber porque hubo tanto revuelo de sotanas cuando se aprobó el matrimonio gay y ahora no dicen nada, dónde han encontrado un solo argumento teológico contra la ordenación de mujeres o por qué el aborto es más grave que el desempleo. Me temo que en El Vaticano acaban de descubrir Gran Hermano.
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