ESTE ARTICULO SE HA PUBLICADO EN EL DIARIO LEVANTE Y LO TRANSMITO PARA QUIEN LE INTERESE
En septiembre de 2008 tuvo lugar en Bogotá un encuentro de delegados de las diversas Kumpañy del pueblo Rom (gitano) de Colombia para reclamar su derecho a ser reconocidos como grupo étnico, la preservación de su cultura, la dispensa a sus miembros de prestar el servicio militar y una cobertura sanitaria en todo el territorio nacional, teniendo en cuenta la naturaleza itinerante de los patrigrupos familiares (descendientes de un mismo grupo familiar) y Kumpañy (congregación de patrigrupos). La interlocución de los Rom con el Estado colombiano debía conducir a una reforma constitucional que garantizase el reconocimiento y la protección del pueblo Rom, acogiéndose al convenio de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes que escude su propia organización social tradicional y tribal. Dos años después, en agosto de 2010, el gobierno aprobó un marco normativo «para la protección integral de los derechos del grupo étnico Rrom o Gitano».
El argumento es formalmente incuestionable y políticamente correcto, pero me hace dudar de su apartamiento de la utopía y el cliché, puesto que no renuncia expresamente, por ejemplo, a la kriss romaní —la ley gitana—, a veces incompatible con los usos del resto de la sociedad. Mientras se plantea la necesidad de legislar a favor de la diversidad de origen y la igualdad de derechos en un espacio social en el que necesariamente han de convivir ideologías, credos, familias y conciudadanos de orígenes y estirpes dispares, se ignora el orden canónico cultural, lingüístico, social y, quien sabe si también político, imperante en el país, que ha sido y está siendo utilizado en muchos estados del planeta como salvaguarda de un etnicismo integrador y endogámico, frente a la disgregación y la pérdida de energías que supone el criollismo y el hibridismo.
Los gitanos de Colombia han ganado sobre el papel la batalla del reconocimiento de sus derechos en igualdad de condiciones que el resto de sus paisanos payos, pero tienen de antemano perdida la guerra por ser exactamente eso: gitanos. Y es que ser gitano o payo, dentro de la disparidad de sus respectivas creencias y costumbres, no puede mantenerse como estigma ni convertirse en prebenda en un estado que continuamente se cuestiona si ha de proteger los derechos del individuo por encima de los del grupo, o a la inversa. De otro modo, jamás se puede salir del contexto de campesinos y obreros industriales abriéndose paso a puñadas y codazos entre los señoritos representantes dela Kultur und Zivilisation a la germánica, como mundos antagónicos.
Los gitanos colombianos tienen algo más en qué pensar: la intromisión del romaní en Colombia, que no es un idioma amerindio, sino indostano, arrastrado a lo largo y lo ancho de la geografía mundial durante el éxodo secular de las familias Rom. Es el caso opuesto a las lenguas importadas en situación hegemónica. En Argelia, por ejemplo, se observa el uso preferente de una lengua exógena —el árabe clásico, el francés y el español— compitiendo ágilmente con las variantes locales. De forma similar, el español se enseñorea ante las lenguas indígenas de Colombia, Paraguay o Méjico, y el inglés en prácticamente todos los continentes. En muchos rincones del planeta tan alejados como Finlandia y Quebec se considera como exoglósica la presencia de una o varias lenguas que no se reconocen como autóctonas y que rivalizan con estas últimas como consecuencia de la hegemonía política, cultural y social de grupos de invasores, colonizadores y emigrantes. Cuando la situación es reversible, como en el caso del finlandes y el francés canadiense, se procede a la revitalización del vernáculo (sin olvidar que el francés de Quebec es una lengua exógena) cueste lo que cueste, minorizando e incluso suplantando al idioma supuestamente usurpador. Pero el romaní en Colombia, a pesar de sus 80.000 hablantes de la variante vlach, se halla, como la mayoría de las ochenta lenguas vivas del país, en estado crítico, viéndose obligado a moverse entre la endoglosia (cultivo y uso preferente de las variantes locales indígenas) y la exoglosia (primacía de un idioma importado como el español), teniendo en cuenta, además, que los Rom son prácticamente ágrafos.
El argumento es formalmente incuestionable y políticamente correcto, pero me hace dudar de su apartamiento de la utopía y el cliché, puesto que no renuncia expresamente, por ejemplo, a la kriss romaní —la ley gitana—, a veces incompatible con los usos del resto de la sociedad. Mientras se plantea la necesidad de legislar a favor de la diversidad de origen y la igualdad de derechos en un espacio social en el que necesariamente han de convivir ideologías, credos, familias y conciudadanos de orígenes y estirpes dispares, se ignora el orden canónico cultural, lingüístico, social y, quien sabe si también político, imperante en el país, que ha sido y está siendo utilizado en muchos estados del planeta como salvaguarda de un etnicismo integrador y endogámico, frente a la disgregación y la pérdida de energías que supone el criollismo y el hibridismo.
Los gitanos de Colombia han ganado sobre el papel la batalla del reconocimiento de sus derechos en igualdad de condiciones que el resto de sus paisanos payos, pero tienen de antemano perdida la guerra por ser exactamente eso: gitanos. Y es que ser gitano o payo, dentro de la disparidad de sus respectivas creencias y costumbres, no puede mantenerse como estigma ni convertirse en prebenda en un estado que continuamente se cuestiona si ha de proteger los derechos del individuo por encima de los del grupo, o a la inversa. De otro modo, jamás se puede salir del contexto de campesinos y obreros industriales abriéndose paso a puñadas y codazos entre los señoritos representantes de
Los gitanos colombianos tienen algo más en qué pensar: la intromisión del romaní en Colombia, que no es un idioma amerindio, sino indostano, arrastrado a lo largo y lo ancho de la geografía mundial durante el éxodo secular de las familias Rom. Es el caso opuesto a las lenguas importadas en situación hegemónica. En Argelia, por ejemplo, se observa el uso preferente de una lengua exógena —el árabe clásico, el francés y el español— compitiendo ágilmente con las variantes locales. De forma similar, el español se enseñorea ante las lenguas indígenas de Colombia, Paraguay o Méjico, y el inglés en prácticamente todos los continentes. En muchos rincones del planeta tan alejados como Finlandia y Quebec se considera como exoglósica la presencia de una o varias lenguas que no se reconocen como autóctonas y que rivalizan con estas últimas como consecuencia de la hegemonía política, cultural y social de grupos de invasores, colonizadores y emigrantes. Cuando la situación es reversible, como en el caso del finlandes y el francés canadiense, se procede a la revitalización del vernáculo (sin olvidar que el francés de Quebec es una lengua exógena) cueste lo que cueste, minorizando e incluso suplantando al idioma supuestamente usurpador. Pero el romaní en Colombia, a pesar de sus 80.000 hablantes de la variante vlach, se halla, como la mayoría de las ochenta lenguas vivas del país, en estado crítico, viéndose obligado a moverse entre la endoglosia (cultivo y uso preferente de las variantes locales indígenas) y la exoglosia (primacía de un idioma importado como el español), teniendo en cuenta, además, que los Rom son prácticamente ágrafos.
(ágrafo) "que es incapaz de escribir o no sabe hacerlo"
Ya se que el articulo en cuestión es posible que solo le interese a los colombianos pero como no son pocos los que están en contacto con el blog puel lo pongo.
La etnia gitana es muy numerosa, aquí en España conviven con nosotros muchos siglos ya y la verdad sea dicha es que aun no se han integrado. Son buena gente, pero muy encerrados en si mismos.
Ya se que el articulo en cuestión es posible que solo le interese a los colombianos pero como no son pocos los que están en contacto con el blog puel lo pongo.
La etnia gitana es muy numerosa, aquí en España conviven con nosotros muchos siglos ya y la verdad sea dicha es que aun no se han integrado. Son buena gente, pero muy encerrados en si mismos.
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