domingo, 3 de julio de 2011

LA VERDAD ES QUE ESTOY HARTO DE SENTADAS, DE PROTESTAS, DE DEUDAS PUBLICAS, DE LO QUE TENEMOS QUE PAGAR CADA UNO, DE POLÍTICOS, DE BANQUEROS Y LA VERDAD SEA DICHA, HASTA DE MI MISMO ESTOY HARTO, ¿VALE?.... POR LO TANTO HABLEMOS UN POCO DEL SOL QUE ES EL ÚNICO QUE NO ENGAÑA Y SIEMPRE ESTA AHÍ,,

El sol en la lejanía







Vicente Aupí

Mañana, lunes 4 de julio, hacia las cinco de la tarde hora española, la Tierra alcanzará el afelio, es decir, el punto más lejano de su órbita alrededor del Sol. Estaremos, aproximadamente, a unos 152,6 millones de kilómetros del astro rey, a diferencia de lo que sucede en enero, cuando en el perihelio nos acercamos hasta poco más de 147 millones de kilómetros. No es una gran diferencia, por lo que únicamente supone un pequeño matiz en el clima de la Tierra, sobre el que los cambios en la distancia al Sol influyen muy poco en la era actual, en la que la trayectoria orbital de nuestro planeta es elíptica, aunque la excentricidad de la elipse es menor que en otras épocas de la historia.
No obstante, el hecho de que la máxima lejanía coincida con el invierno en el hemisferio sur acentúa ligeramente la extraordinaria crudeza del clima de la Antártida en comparación con el del Ártico. Pero en el resto del hemisferio sur, donde acaban de estrenar el invierno, esa lejanía queda eclipsada por la moderación térmica que ejerce su gran superficie oceánica. De hecho, si se exceptúa el caso específico de la Antártida, el invierno y el verano son más extremados en el hemisferio norte que en el sur debido a la mayor proporción de agua en latitudes australes. La clave fundamental, en cualquier caso, es la inclinación del eje de rotación de la Tierra, que es de 23,5 grados respecto al plano de su órbita alrededor del Sol y que es la que determina que las estaciones del año sean contrapuestas en ambos hemisferios. O sea, que invierno en el norte significa verano en el sur, y la primavera boreal coincide con el otoño austral.
Pero las cosas cambian a intervalos de miles de años, y el clima terrestre, independientemente de la influencia humana, muestra ciclos planetarios de grandes contrastes. Entre los científicos que mejor han estudiado estos ciclos destacó en el siglo XX el yugoslavo Milutin Milankovitch, quien cotejó los períodos glaciares e interglaciares con los diferentes movimientos que la mecánica celeste determina en la Tierra. Llegó a la conclusión de que los grandes ciclos del clima vienen determinados por una combinación de procesos astronómicos entre los que destaca un periodo de unos 100.000 años en los que la órbita terrestre oscila de circular a elíptica en su máxima excentricidad, otro relacionado con el bamboleo del eje de rotación de la Tierra, que dura unos 26.000 años y que se debe a que el planeta se mueve como si fuese una peonza, y un tercero en el que se producen pequeñas variaciones de la inclinación del eje de rotación terrestre respecto al plano orbital alrededor del Sol. Se trata de movimientos muy complejos y difíciles de entender pero que han influido decisivamente en la historia del clima de la Tierra.
Un
o de los aspectos más sobresalientes de los postulados de Milankovitch es que lo que abre el camino a una nueva glaciación no son los inviernos más rigurosos, sino los veranos frescos en los que no se logra derretir el hielo y la nieve caídos durante la estación fría. Eso acontece en algunos períodos en los que se combinan factores orbitales y de inclinación del eje de rotación, y el problema es que después de varios veranos frescos la cubierta helada se mantiene más de la cuenta y puede alcanzar un punto de no retorno que destina a la Tierra hacia un nuevo periodo glaciar. Actualmente, como se sabe, parecemos estar en la fase final de uno de los benignos periodos interglaciares.

Una de las curiosidades astronómicas relacionadas con el movimiento de peonza que la Tierra describe a lo largo de unos 26.000 años es que, a medida que se produce ese bamboleo, cambia la estrella polar. En la actualidad, la estrella polar del norte es Polaris, la más brillante de la constelación de la Osa Menor (Ursa Minor). A muchos nos han enseñado de pequeños a localizarla en el cielo tomando como referencia dos de las estrellas de la vecina constelación de la Osa Mayor (Ursa Major). Estas dos estrellas son Merak y Dubhe, cuya distancia entre sí hay que prolongar visualmente cinco veces en línea recta para que nos lleve hasta Polaris.
Sin embargo, hace casi 5.000 años, los sabios astrónomos chinos dataron como estrella polar a Thuban, en la constelación del Dragón (Draco), que también vieron como tal en el antiguo Egipto. Y dentro de unos 13.500 años, ese honor le corresponderá a Vega, la brillante estrella que actualmente preside el firmamento de verano muy cerca del cénit, entre la traza blanquecina de la Vía Láctea. Hacia ella apuntará en el cielo el eje de rotación de la Tierra, que con ese movimiento de peonza describe un círculo completo en el cielo aproximadamente cada 26.000 años, en los que, además, se modifica la incidencia de los rayos solares que recibe nuestro planeta, lo que a su vez conlleva importantes cambios climáticos.
Esto es en el hemisferio norte, ya que en el sur las cosas son diferentes. Para los países australes la estrella polar es Sigma Octantis, a la que se conoce también como Polaris Australis. El problema es que es una estrella poco brillante, que apenas se distingue a simple vista, por lo que genéricamente se utiliza la constelación de la Cruz del Sur como referencia para localizar el Polo Sur celeste, ya que visualmente es más sencillo de esta forma.Pero ahora, estos días de julio, lo que acontece es que nos movemos más lejos del Sol que en cualquier otra época del año. Con el calor del verano, nadie lo diría, pero así es: al estar un poco más lejos, la estrella madre aparece estos días en el cielo un poquito más pequeña que en enero.
?vaupi@estrellasyborrascas.com

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