El refrán no va de pájaros, o quizá sí. Lo que está claro es que se trata de uno de los dichos más certeros de cuantos aluden a la personalidad climática de las comunidades mediterráneas. Lo comprobamos todos los otoños en la Comunitat Valenciana, en Baleares, en Murcia, en Cataluña o en Andalucía, pero este año incluso lo hemos hecho en los Pirineos. Allí donde se construye fuera de lugar, el agua acaba poniendo las cosas en su sitio, y esto no es algo que hayamos descubierto ahora, sino que ya lo sabían bien nuestros antepasados cuando bordaron el significado de este refrán. Me cuenta el colega José Enrique Gargallo, profesor de Filología Románica de la Universidad de Barcelona y uno de los grandes expertos en sabiduría popular, que este dicho está documentado claramente en la Comunitat Valenciana, Cataluña y Baleares. Sin embargo, lo conocen también en Aragón, donde el pasado fin de semana tuvieron crecidas fluviales extraordinarias en la cuenca del Ebro y en algunos ríos pirenaicos, algunas de las cuales se llevaron por delante flamantes urbanizaciones de apartamentos con hermosas vistas a la montaña.
«A la vora del riu, no faces el niu, i si el fas, fes-lo en l'estiu», «Vora del riu, no hi facis nius, ni d'hivern ni d'estiu», «Prop del riu, ocellet, no hi facis niu»... Son algunas de las voces tradicionales que nos recuerdan el peligro de riadas y la improcedencia secular de habitar las zonas inundables. Me pregunto a qué clase de «ocellet» se refiere la última. Lo lógico sería pensar que la mayoría de los asentamientos en zonas inundables finalmente arrasados por alguna avenida eran ilegales, pero lo más sorprendente es que muchos de ellos tenían licencia, luz verde para ocupar un sitio equivocado. Ésa es la verdadera contradicción: que una licencia municipal autorice residir en lugares de riesgo, y aquí se confabulan dos de los errores históricos de los que se ha hecho gala en España durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Uno, creer que el río „o un cauce seco„ no volvería nunca a recibir tanto caudal como el que atestiguaban algunas de las crónicas históricas. Dos, basar gran parte de las fuentes de ingresos municipales en las licencias urbanísticas, incluso hasta el punto de hacer la vista gorda y dejar que se urbanice lo jamás urbanizable. De la burbuja a la gota fría inmobiliaria.
Tal vez este otoño sea un buen momento para la reflexión colectiva. Como ya dije en estas mismas páginas el pasado martes, es otoño de efemérides. Levante-EMV ha informado amplia y cumplidamente del 30 aniversario de la «pantanà», una de las riadas más trágicas de la historia de la Comunitat Valenciana, la del 20 de octubre de 1982. Veinte años antes, los ríos Besòs y Llobregat dejaron en la provincia de Barcelona uno de los rastros más mortíferos causados por un temporal de lluvias, con un balance de más de 800 fallecidos el 25 de septiembre de 1962. Y en la Safor se conmemorará en breve el temporal de récord del 3 y el 4 de noviembre de 1987, que dejó en Oliva el registro de 817 litros de lluvia por metro cuadrado caídos en menos de 24 horas, algo que no ha vuelto a suceder en España. Por si alguien duda de la fiabilidad de este dato, merece la pena recordar que eso es lo que cayó en Oliva, pero en la Pobla del Duc se recogieron, en aquel mismo episodio 790 litros y en Gandia, 720. En estos dos casos también en sólo 24 horas.
Son algunos de los episodios meteorológicos extraordinarios de la segunda mitad del siglo XX, aunque las crónicas del clima de la España mediterránea desmienten que sea algo reciente, ya que la historia de los ríos Turia, Júcar y Segura, entre otros muchos, está repleta de tragedias otoñales. Lo único que podemos considerar relativamente reciente es el espectacular aumento de casos en los que precipitaciones nada excepcionales acaban con urbanizaciones de nueva factura. Recuerdo aquí que en octubre de 1982 la presa de Tous no se vino abajo por un chaparrón, sino porque aguas arriba, en la zona de la Casa del Barón, cayeron en torno a 1.000 litros por metro cuadrado, estimación del estudio hecho en su día por el meteorólogo Rafael Armengot. No es difícil imaginar el aumento de caudal que experimentó el río Júcar, y me viene ahora a la memoria la rueda de prensa convocada de forma urgente por el entonces gobernador civil, José María Fernández del Río, en la que nos pidió a los periodistas que se advirtiera a la población que dejara sus casas y buscara refugio en los lugares más altos. El dato de aquellos 1.000 litros no está considerado récord oficialmente porque no fueron recogidos en el pluviómetrro, sino que se trata de una estimación científica, por lo que se mantiene la efeméride de Oliva como la primera de la lista de los mayores registros de precipitación en 24 horas. El segundo y el tercero corresponden a los valores citados de la Pobla del Duc y Gandia, y el cuarto es un dato histórico observado en Benasque (Huesca) el 23 de noviembre de 1923: 700 litros. El quinto lugar de la tabla son los 632 litros de Bicorp del 20 de octubre de 1982, uno de los datos que ayudaron a estimar lo que debió caer aguas arriba de Tous aquel fatídico día .
Se puede discutir sobre el caudal que debe soportar una presa correctamente diseñada y construida, pero unos otoños asistimos o conmemoramos grandes episodios de inundaciones, y otros vemos en la televisión o en estas mismas páginas que se han inundado garajes, bajos y viviendas después de caer sólo 30 o 50 litros por metro cuadrado. Y esto, como es evidente, no podemos encasillarlo en el marco de las excepcionalidades climáticas, sino más bien entre los errores de planificación urbanística.
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