miércoles, 10 de octubre de 2012


Eppur si muove´

Emili Piera


A lo largo de más de dos siglos, el pensamiento científico fue responsable de la destrucción de la magia del mundo. Al Galileo de Liliana Cavani lo juzga la Inquisición por sostener que la Luna estaba formada, como la Tierra, por rocas y cráteres, llanuras y polvo. La Luna, como objeto celeste, sólo podía estar constituida, según la autoridad (eclesiástica, por supuesto) de materiales sutiles: cristal, lágrimas de la Virgen, gemas sobrantes de la morada en lo alto. La fuerza del dogma contra el poder del ojo. Para cuando Julio Verne no había completado ni la mitad de sus Viajes extraordinarios, su fe en la ciencia flaqueaba y H. G. Wells fue bastante 

desconfiado desde el principio.
Con estos antecedentes era difícil imaginar que la misma ciencia produciría, más tarde, un nuevo encantamiento del mundo. La voz se graba en una piedra plana y se reproduce a voluntad (la piedras que hablan pueden ser de vinilo). Luego veríamos cosas mucho más sorprendentes: luces (coherentes) que transmiten imágenes, conceptos, teoremas con la misma intensidad esclarecida de las lenguas de fuego del Pentecostés. Y prodigios aún más excelsos: galaxias caníbales que culminan a lo grande la cadena trófica, fotones que atraviesan el planeta como ángeles que hubieran contemplado la maldad sin ensuciarse, bacterias que nos prestan genes, entidades que para ser onda (inmaterial) o partícula (mesurable), requieren la intervención creadora del observador convertido en un dios instantáneo y menudo.
La ciencia, ahora, avala una especie de universo o universos muy parecidos al que creían sentir las tribus de la Amazonia o Siberia: la religión natural, el rumor sinfónico del bosque, el alma del trueno. Todo está relacionado como en las visiones del chamán («Todas las cosas están llenas de Júpiter», decía, aún, Virgilio) y no hablo de poesía, no sólo, pero como nuestros científicos huyen a California y Berlín, tal vez nos alejemos de una deriva general tan prometedora para encontrarnos aquí y a no tardar, en la situación inicial de Galileo: ¿qué manda su señoría?
                                                          

No hay comentarios:

Publicar un comentario