miércoles, 11 de diciembre de 2013

NOSOTROS LOS LATINOS

                                                                                                      

Xavier Ribera

08.12.2013 | 05:30

Ha sonado el pistoletazo de salida para las próximas elecciones al Parlamento Europeo, antesala sobre el estado de la opinión que desembocará en los comicios municipales y autonómicos, señalados para 2015, aunque bien podrían adelantarse las elecciones autonómicas valencianas para la próxima primavera, coincidiendo con las europeas. Resuenan clarines de descomposición y ocaso en la Generalitat Valenciana.
Hace unos días, el pasado 21 de noviembre, se cumplieron 13 años desde que Ernest Lluch fue asesinado por no declinar en sus ideas de paz y diálogo. Cinco años antes, el 26 de octubre de 1995, Lluch publicó un artículo en el que se adelantó, una vez más, al tiempo presente, desde su conocimiento del movimiento europeo en su configuración. Analizó el posicionamiento germánico frente a la construcción europea. Ernest recalcó una frase del escritor alemán Thomas Mann pronunciada cuando volvió del exilio en 1947, ante los estudiantes de la Universidad de Hamburgo: «Queremos una Alemania europea, en ningún caso una Europa alemana».
Derivó hacia un planteamiento geopolítico en el que la demografía jugaba un papel destacado entonces, del mismo modo que lo hace ahora, cuando estamos viendo estos días, con las oleadas de protestas en Ucrania, un caldo de cultivo donde reaccionan los intereses de la Rusia de Putin, frente a la atracción del nacionalismo alemán, enmascarado en la visión amable del mosaico europeo, compuesto por los 28 estados miembros de la Unión Europea. La Alemania de Angela Merkel se ha alejado de los temores del socialdemócrata Helmut Schmidt, para quien un peso excesivo de las posiciones políticas alemanas conduciría, más a la corta que a la larga, a una alianza antialemana en el resto de Europa
Este escenario, con los sicarios de la troika „enviada por la Comisión Europea, BCE y FMI„ resollando en nuestra nuca, no parece suscitar ningún recelo para los intereses teutones. Todo lo contrario, nos tienen pillados por donde más duele, en un país gobernado por peleles que, en ningún caso, han sido capaces de prever que nos metían en la boca del lobo, de una fiera insaciable que quiere convertir a los países del sur en su nuevo botín colonial. Conquistados financieramente, subyugados a la hora de buscar complicidades y condenados a consumir su superproducción industrial, amparada por la política arancelaria de la UE. Francia, cada día más debilitada, conviene recordarlo, fue conquistada tres veces en menos de cien años por las tropas germánicas, es el único contrapeso eficaz para plantar cara al expansionismo alemán que ha sustituido los cañones por proyectiles financieros. El Reino Unido, ajeno al sistema monetario europeo, como siempre, emboscado en el individualismo insular, se inclina, en el fragor de la batalla, por mirar hacia su aliado natural EE UU, nación interoceánica que nunca ha contemplado la fortaleza de la Unión Europea ni al euro, como cómplices, sino como adversarios.
Alemania se ha empeñado, con las sucesivas ampliaciones de la UE, en reforzar su mayoría demográfica, en el área de influencia que domina y que va desde Centroeuropa a la llamada Europa del Este. Sólo nosotros, los latinos, con el apoyo galo, tenemos dimensión demográfica y de consumo suficientes para pararles los pies. Si quieren que compremos lo que producen, tendrán que reconsiderar a Grecia, Portugal, Italia y España. Habrán de mimar nuestra deuda y nuestra contribución a su bienestar, que ahora peligra. Si los más de doscientos millones de latinos europeos fuéramos capaces de caminar unidos, si existiéramos conjuntamente, como deseaba Ernest Lluch, conseguiríamos que nos valoraran, que nos respetaran y al mismo tiempo, dejaríamos de perjudicarnos. Podríamos tener identidad propia y así recuperar la impronta latina y mediterránea.
En el territorio español, la Comunitat Valenciana, vinculada por su economía e historia a los mercados europeos, tiene un papel notable a desempeñar junto al resto de países que conforman el Arco Mediterráneo. Por ahí comienza, el proyecto-país que necesitamos desde el compromiso y la responsabilidad. Jean Monnet, a quien el general De Gaulle llamaba «el inspirador», porque contribuyó a la construcción del movimiento europeo en una singladura crucial, tras la segunda guerra mundial, afirmó: «En los momentos excepcionales todo es posible, a condición de estar preparado, de tener un proyecto claro en el instante en que todo está confuso».

Vertebración territorial interna, reconversión económica, relaciones de buena vecindad con los territorios colindantes, establecimiento de alianzas, expansión europea e internacional, aculturación, rearme moral y recuperación del acervo comunitario. En el caso valenciano, como pieza mediterránea con dimensión latina, sigue siendo primordial la reafirmación de las señas de identidad, muy especialmente, la promoción lingüística, progresivamente postergada, hasta la estrepitosa clausura de la radiotelevisión valenciana que hemos visto concluir en la última semana. El peso de la ley nunca alcanza a legitimar la impopularidad generalizada.s


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