lunes, 9 de septiembre de 2013

LOS PLANETAS PERDIDOS

Leyendas de planetas perdidos

Los confines del Sistema Solar han obsesionado siempre a los astrónomos, que se volcaron en su estudio durante los siglos XIX y XX. La búsqueda de planetas más allá de Neptuno escribió en aquella época algunas de las páginas más apasionantes de la historia de la astronomía, con acontecimientos como el descubrimiento de Plutón en 1930 por Clyde Tombaugh, quien lo encontró cuando buscaba, en realidad, el gran planeta perdido de cuya existencia estaba convencido Percival Lowell, fundador del Observatorio Lowell en Flagstaff (Arizona). El planeta X, como se llamó a aquel mundo perdido y hasta hoy no encontrado, fue objeto de enconados debates, miles de horas de observación en su búsqueda y centenares de titulares de periódicos. Ciertamente, no hay rastro de él, aunque no ha podido descartarse definitivamente su existencia y su mención nos devuelve a una época de las exploraciones espaciales en las que el telescopio era el único instrumento disponible antes de que los ingenios aeronáuticos consiguieran abandonar la Tierra. Hoy, cuando la ciencia tiene descubiertos cientos deplanetas extrasolares que orbitan alrededor de estrellas diferentes al Sol, las historias del planeta X y de Plutón siguen siendo apasionantes, a pesar de que en el caso de este último los "corsés" científicos le hayan quitado encanto. Si quieres profundizar, puedes leer el artículo completo sobre el planeta X y también otro sobre el debate internacional acerca de si Plutón debe ser considerado o no como un planeta.

FOTOGRAFÍA: Percival Lowell observa por el refractor de 24 pulgadas de su observatorio en Flagstaff (Arizona), donde consagró su trabajo a la búsqueda del planeta X y al estudio de los inexistentes canales de Marte, que él creía ver por el telescopio. El instrumento, fabricado por la reputada óptica de Alvan Clark, es uno de los iconos de la época de los grandes telescopios refractores (Foto: Observatorio Lowell)

Salvemos las noches estrelladas


A mediados del siglo XX aún era posible ver la Vía Láctea desde el interior de muchas ciudades, pero actualmente sólo puede observarse ese espectáculo en plena naturaleza. En 1986 la contaminación lumínica también impidió ver el legendario cometa Halley a millones de personas y hoy, en 2009, en el Año Internacional de la Astronomía, la realidad es que el cielo nocturno se halla en trance de desaparecer en una gran parte del planeta. Conmemoramos este año el 400 aniversario de las primeras observaciones telescópicas que hizo Galileo, pero él apenas podría realizar sus observaciones bajo el cielo actual, porque se lo impediría una infinidad de luces parásitas. Las noches estrelladas, el firmamento nocturno, la grandiosidad de la bóveda celeste… todo ello supone uno de los más grandes patrimonios de la naturaleza que tenemos, y su pérdida sería uno de los mayores contrasentidos para nuestra civilización, porque el ser humano y el resto de los seres vivos estamos todos hechos de fragmentos de estrellas. Es necesario detener el avance de la contaminación lumínica en todo el mundo, pero en el caso de España estamos ante el paradigma de uno de los países con el mejor cielo nocturno de Europa y en el que, lamentablemente, más han aumentado los focos de polución debido a la ausencia de una ley de protección estatal y de medidas que regulen el alumbrado de manera correcta. Pero no te engañes: no es sólo un problema para los astrónomos, porque el exceso de luces en ciudades y pueblos no sólo nos roba las estrellas, sino que, además, supone un gasto económico inútil para todos los ciudadanos. No se trata de quedarnos a oscuras, sino de usar el alumbrado correcto, que ilumine hacia abajo y permita, al mismo tiempo, conservar el patrimonio natural de las noches estrelladas y reducir el sobrecoste de la factura de luz que supone el derroche de tanta farola sin control.

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