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12.05.2014 | 04:15
JOSÉ MANUEL VIDAGANY El pasado 14 de abril se produjo el rapto de más de 200 niñas en un internado de secundaria en Chibok, al noreste de Nigeria, aunque no ha sido hasta estos últimos días cuando hemos tenido conciencia real del mismo. De nuevo, y con la campaña «Bring Back Our Girls», estamos comprobando el potente instrumento de movilización colectiva en el que se han convertido las redes y la comunicación viral. Es justamente ese poder de persuasión que tienen los usuarios sobre las personas que se encuentran en su entorno, como dicen los expertos, lo que ha conseguido la profesionalización del popular boca a oreja, pero elevado a la enésima potencia, permitiendo que en pocas horas la desesperada situación de esas niñas traspasara todas las fronteras.
Gracias a esa presión social, se ha podido despertar la conciencia de los líderes mundiales, pero también la de un país como Nigeria, donde el respeto a los derechos fundamentales de la mujer, y en general del ser humano, están muy lejos de alcanzarse. Llega casi un mes tarde la condena del secuestro realizada por el presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, durante su intervención en el Foro Económico Mundial, pero mucho más bochornoso es que asegure que «su rescate será el principio del fin del terrorismo», cuando el grupo islamista Boko Haram actúa con absoluta impunidad en un país marcado por la pobreza extrema, el hambre y la corrupción de sus clases dirigentes.
Si la violación de los derechos humanos es continua en Nigeria, la situación de la mujer es absolutamente denigrante, puesto que nos encontramos ante una sociedad patriarcal donde hombres y mujeres desempeñan papeles marcadamente diferentes. El ataque perpetrado contra la escuela y el secuestro de estas niñas no debe entenderse como un hecho aislado, sino que es la forma de expresión de un integrismo radical que pretende seguir imponiendo un modelo de sociedad, donde la mujer está supeditada al hombre, sufriendo más intensamente la pobreza, la falta de acceso a la educación o la imposibilidad de poder tener sus propios recursos económicos. Por eso se ataca a un centro escolar, por eso secuestran a más de 200 niñas estudiantes y por eso pretenden venderlas como objetos en un mercado.
No son pocos los organismos internacionales que han denunciado la gravísima situación de violencia de género que se vive en Nigeria, donde en ciertas regiones del país, hasta dos terceras partes de las mujeres han sufrido violencia física, sexual o psicológica en el ámbito familiar, todo ello sin que se tome ninguna medida por el Gobierno. Por esta razón, el caso de las niñas secuestradas ha de ser empleado para volver a denunciar la denigrante desigualdad en la que se encuentran millones de mujeres en todo el mundo.
Gracias a esa presión social, se ha podido despertar la conciencia de los líderes mundiales, pero también la de un país como Nigeria, donde el respeto a los derechos fundamentales de la mujer, y en general del ser humano, están muy lejos de alcanzarse. Llega casi un mes tarde la condena del secuestro realizada por el presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, durante su intervención en el Foro Económico Mundial, pero mucho más bochornoso es que asegure que «su rescate será el principio del fin del terrorismo», cuando el grupo islamista Boko Haram actúa con absoluta impunidad en un país marcado por la pobreza extrema, el hambre y la corrupción de sus clases dirigentes.
Si la violación de los derechos humanos es continua en Nigeria, la situación de la mujer es absolutamente denigrante, puesto que nos encontramos ante una sociedad patriarcal donde hombres y mujeres desempeñan papeles marcadamente diferentes. El ataque perpetrado contra la escuela y el secuestro de estas niñas no debe entenderse como un hecho aislado, sino que es la forma de expresión de un integrismo radical que pretende seguir imponiendo un modelo de sociedad, donde la mujer está supeditada al hombre, sufriendo más intensamente la pobreza, la falta de acceso a la educación o la imposibilidad de poder tener sus propios recursos económicos. Por eso se ataca a un centro escolar, por eso secuestran a más de 200 niñas estudiantes y por eso pretenden venderlas como objetos en un mercado.
No son pocos los organismos internacionales que han denunciado la gravísima situación de violencia de género que se vive en Nigeria, donde en ciertas regiones del país, hasta dos terceras partes de las mujeres han sufrido violencia física, sexual o psicológica en el ámbito familiar, todo ello sin que se tome ninguna medida por el Gobierno. Por esta razón, el caso de las niñas secuestradas ha de ser empleado para volver a denunciar la denigrante desigualdad en la que se encuentran millones de mujeres en todo el mundo.
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