miércoles, 20 de febrero de 2013

LAS RAZONES DE ECUADOR PARA "FICHAR" A CORREA

QUITO       (OLEO DE 73X60)       sisco

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Ni “caudillismo tercermundista”, que haría naturales las reelecciones indefinidas, ni la aplicación de una presunta estela de “chavismo”. Se equivocó la mayor parte de los analistas europeos, incluido el casi siempre certero Miguel Ángel Bastenier,  a cuya inteligencia debería repugnar el tópico antichavista de El País, aplicado allá donde los negocios del grupo Prisa no funcionan.
Por el contrario, con Correa, Ecuador salió de la estela inestable y golpista que presidió sus últimas décadas: 8 presidentes en 10 años, con golpes de Estado y gestión de presidentes inconsistentes, cuando no claramente aventureros o  enviados por las oligarquías  vicarias de un afortunadamente  extinto talante bananero. Estabilidad democrática con reformas constitucionales regulares que han permitido la etapa más estable de Ecuador en un siglo con el mandato de un presidente elegido  en 2007 y que culmina ahora su último mandato sin ruidos de sables, con la promesa, no solo de retirarse de la escena política, sino de salir de Ecuador una vez finalice el mandato que ayer refrendaron las urnas.
“Discípulo de Chávez”. Nada más lejos del talante, tantas veces soberbio y autosuficiente, de un economista de 49  años,  formado en Lovaina y en las más prestigiosas universidades de Estados Unidos,  casado con una intelectual belga y con un rechazo casi epidérmico a cualquier forma de militarismo cuartelero.
Correa forma parte del bloque latinoamericano que se opone a la dictadura del bien enterrado “consenso de Washington” y al ronzal de custodio del “patio trasero” de Estados Unidos, pero transita con su propia personalidad, dentro de su lealtad, nada estridente, a sus pares en Venezuela, Bolivia, Cuba, Argentina o Brasil. Por cierto que con esta última y más grande potencia de América del Sur ha sabido marcar sus diferencias cuando lo ha considerado necesario.
No es un “antiestadounidense primario”, que luego mantiene sólidas relaciones económicas con el imperio, como sucede con  Nicaragua o con la propia Venezuela y su flujo petrolero estable y cuantioso hacia las gasolineras del imperio. Pero supo enfrentarse a Washington, nada más tomar posesión,  exigiendo el cierre de la importantísima base  militar de  Manta, desde donde el Pentágono organizaba su vigilancia en Centro y Suramérica. Y donde organizó, de acuerdo con el turbio presidente colombiano Álvaro Uribe, el bombardeo del campamento de las FARC, donde operaba Raúl Reyes, violando la integridad territorial de Ecuador.
Correa se encontró, cuando asumió la presidencia de Ecuador, con unas fuerzas militares y de inteligencia que respondían en primer lugar a la embajada de Estados Unidos y al Pentágono. Y, sin experiencia alguna sobre el terreno, ni la asesoría directa de los eficaces servicios cubanos, como la que ha podido contar Chávez  en Venezuela, purgó la cúpula militar que le ninguneaba sistemáticamente, hasta tener que nombrar ministro de Defensa por un tiempo a su secretario personal y asesor de comunicación al no contar con aliados internos de confianza en la cúpula de los ejércitos.
Y Correa ganó ayer las elecciones presidenciales en Ecuador, sin sobresaltos ni incertidumbres, porque no había razón alguna para acabar con su gestión ni alternativa sólida y con un programa o candidato para reemplazarle. Las cosas son así de sencillas, y el que quiera comprobarlo sólo tiene que darse un paseo por este hermoso país en el que, sin duda, queda mucho por hacer, como bien ponen de manifiesto los opositores indigenistas o políticos de la izquierda, como el antiguo fundador de la coalición gubernamental Alianza País, Alberto Acosta.
Al final, los poderes fácticos se agruparon en torno a su candidato natural, Guillermo Lasso, destacado miembro del Opus Dei y durante 18 años presidente del Banco de Guayaquil, desdeñando opciones añejas como la del antiguo militar golpista Lucio Gutiérrez o la del aventurero  y quinta vez candidato y oligarca Alvaro Noboa, apoyando  masivamente a Rafael Correa y a su movimiento Alianza País, con el que ha alcanzado una victoria parlamentaria estable. Las apuestas no podían estar más claras.
Porque las razones del apoyo popular a Rafael Correa aparecían nítidas  para el que se despojara de las antiojeras eurocentristas y recorriera el Ecuador profundo que, por primera vez desde la colonia, cuenta con comunicaciones  entre los puntos más apartados de su geografía, escuelas y hospitales fuera de cualquier rentabilidad privatizadora, y hasta un “bono de desarrollo humano”, una especie de renta mínima,  de 50 dólares por persona.
Claro que, como algunos opositores señalan,  muchas de estas realizaciones han sido posibles por la “bonanza petrolera”, los buenos precios internacionales del crudo, que Correa ha cuidado que no se destinaran a la corrupción ni a un asistencialismo sin bases sólidas de futuro, como sucede en otros países de la región. ¿Qué mejor destino puede tener la renta de sus medios naturales?
Si algo se pudiera aconsejar al triunfal presidente Rafael Correa es que,  en lugar de tildar de “izquierdista infantil” a su antaño compañero del alma y hoy opositor Alberto Acosta, escuchara y atendiera  sus reclamos sobre la hegemonía de los grupos económicos más poderosos de Ecuador, en cuyo desarrollo está primando muchas veces la “eficiencia desarrollista” sobre el respeto al medio ambiente y a un desarrollo mínimamente sostenible que encare la siempre aplazada lucha contra las desigualdades en Ecuador.

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