viernes, 7 de marzo de 2014

CORRUPTO EL ULTIMO

                                             

Ánxel Vence

07.03.2014 | 05:30


Interrogados por los encuestadores del Gobierno, los españoles acaban de declarar que la corrupción es, después del paro, el problema que más les preocupa. A continuación vienen, en ese orden de inquietudes, las dificultades económicas y la llamada «clase política», que en vez de solucionar conflictos tendería más bien a crearlos. Sumadas las dos opiniones, parece extenderse por aquí la idea de que el pueblo está siendo saqueado por sus mandamases sin distinción de partidos. Quién lo diría.
Sabido es que nadie pregunta en España si la factura va con IVA o sin IVA, como cualquiera podrá testimoniar. Por supuesto, los propietarios confiesan religiosamente al Fisco las rentas obtenidas por el alquiler de sus viviendas: y tampoco era frecuente que una parte del coste de los pisos se pagase en dinero negro durante el feliz boom del ladrillo. Es raro, en fin, el español que alguna vez utilizó sus influencias con el propósito de enchufar a un pariente o a un amigo.
Ninguna semejanza hay entre estas pequeñas corruptelas „si las hubiere„ y el generalizado asalto a los caudales públicos que practican los políticos, a juzgar por la pobre opinión que de ellos tienen sus súbditos. Si acaso, la diferencia fue establecida ya en su momento por el autor de cierto diálogo erróneamente atribuido a Groucho Marx. «¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?», preguntaba un anciano Romeo a su joven Julieta. «Seguramente», respondía la interpelada. «¿Y por diez dólares?», retrucaba él. «¿Por quién me ha tomado?», contestó ella con lógica indignación. «Eso ya ha quedado claro. Lo que estamos haciendo ahora es discutir el precio».
Más o menos eso es lo que ocurre con la corrupción: haberla, la hay de muy distintos precios y rendimientos, pero en el fondo se trata de lo mismo. Quien esté dispuesto a dejarse seducir por un par de botellas de vino o una caja de habanos, difícilmente resistirá la tentación de cobrar unos cuantos millones a cambio de una recalificación de terrenos o un contrato si el azar lo situase en posición de conceder tales favores.
Algunos politólogos sostienen, de hecho, que los ciudadanos tienden a elegir a los gobernantes que más se les parecen. Beppe Severgnini, por ejemplo, sugirió en un famoso ensayo que el éxito de Silvio Berlusconi no podría sino atribuirse a lo mucho que Il Cavaliere se parecía a sus compatriotas italianos. Al igual que el estereotipo del italiano medio, Berlusconi goza fama de galante requebrador de señoras, chistoso, hablador, algo putañero y tan amante del fútbol que hasta posee en Milán su propio equipo.
Otro tanto podría decirse de la Rusia democrática gobernada por Vladimir Putin: un exmiembro del KGB de porte eslavo y mirada glacial de espía, que es como por aquí imaginamos a todos los rusos. O, por citar algunos ejemplos más, la Cuba de Castro y la Venezuela chavista de Maduro: líderes que imitan en su facundia la reconocida facilidad oratoria de los pueblos sobre los que ejercen el mando.
En el caso de aquí, los españoles parecen estar convencidos de que, elijan a quien elijan, ese será un firme candidato a aceptar sobornos, practicar cohechos y vaciar en su beneficio las arcas públicas. Naturalmente, resultaría abusivo pensar que también en España los votantes sienten propensión por aquellos líderes que más se les parecen. Encuestas y bromas, las justas.
las dificultades económicas y la llamada «clase política», que en vez de solucionar conflictos tendería más bien a crearlos. Sumadas las dos opiniones, parece extenderse por aquí la idea de que el pueblo está siendo saqueado por sus mandamases sin distinción de partidos. Quién lo diría.
Sabido es que nadie pregunta en España si la factura va con IVA o sin IVA, como cualquiera podrá testimoniar. Por supuesto, los propietarios confiesan religiosamente al Fisco las rentas obtenidas por el alquiler de sus viviendas: y tampoco era frecuente que una parte del coste de los pisos se pagase en dinero negro durante el feliz boom del ladrillo. Es raro, en fin, el español que alguna vez utilizó sus influencias con el propósito de enchufar a un pariente o a un amigo.
Ninguna semejanza hay entre estas pequeñas corruptelas „si las hubiere„ y el generalizado asalto a los caudales públicos que practican los políticos, a juzgar por la pobre opinión que de ellos tienen sus súbditos. Si acaso, la diferencia fue establecida ya en su momento por el autor de cierto diálogo erróneamente atribuido a Groucho Marx. «¿Se acostaría usted conmigo por un millón de dólares?», preguntaba un anciano Romeo a su joven Julieta. «Seguramente», respondía la interpelada. «¿Y por diez dólares?», retrucaba él. «¿Por quién me ha tomado?», contestó ella con lógica indignación. «Eso ya ha quedado claro. Lo que estamos haciendo ahora es discutir el precio».
Más o menos eso es lo que ocurre con la corrupción: haberla, la hay de muy distintos precios y rendimientos, pero en el fondo se trata de lo mismo. Quien esté dispuesto a dejarse seducir por un par de botellas de vino o una caja de habanos, difícilmente resistirá la tentación de cobrar unos cuantos millones a cambio de una recalificación de terrenos o un contrato si el azar lo situase en posición de conceder tales favores.
Algunos politólogos sostienen, de hecho, que los ciudadanos tienden a elegir a los gobernantes que más se les parecen. Beppe Severgnini, por ejemplo, sugirió en un famoso ensayo que el éxito de Silvio Berlusconi no podría sino atribuirse a lo mucho que Il Cavaliere se parecía a sus compatriotas italianos. Al igual que el estereotipo del italiano medio, Berlusconi goza fama de galante requebrador de señoras, chistoso, hablador, algo putañero y tan amante del fútbol que hasta posee en Milán su propio equipo.
Otro tanto podría decirse de la Rusia democrática gobernada por Vladimir Putin: un exmiembro del KGB de porte eslavo y mirada glacial de espía, que es como por aquí imaginamos a todos los rusos. O, por citar algunos ejemplos más, la Cuba de Castro y la Venezuela chavista de Maduro: líderes que imitan en su facundia la reconocida facilidad oratoria de los pueblos sobre los que ejercen el mando.
En el caso de aquí, los españoles parecen estar convencidos de que, elijan a quien elijan, ese será un firme candidato a aceptar sobornos, practicar cohechos y vaciar en su beneficio las arcas públicas. Naturalmente, resultaría abusivo pensar que también en España los votantes sienten propensión por aquellos líderes que más se les parecen. Encuestas y bromas, las justas.

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