sábado, 6 de septiembre de 2014

QUE MAJOS, QUE ALEGRES Y QUE SIMPATICOS SON LOS HIJOS DE LA GRAN...BRETAÑA.

Alrededor de 898.000 ciudadanos del Reino Unido viven en los países de los llamados “PIGS” o “cerdos”: Italia, Grecia y la Península Ibérica. En contra de lo que sugerían hace varios meses algunos medios de comunicación, la cifra de residentes británicos en España se ha incrementado ligeramente desde 2007 hasta pasar tras diversas fluctuaciones de 761.000 a 770.000 personas. Según los informes “de conducta británica en el extranjero” elaborados por las oficinas de extranjería de los consulados, España sigue siendo uno de los destinos favoritos de los migrantes del Reino Unido, después de Estados Unidos y Australia. 


Migrantes británicos, durante una jam sesion en el interior de un club de Sant Pere de Ribes (Barcelona). Fotografía por FERRAN BARBER (todos los derechos reservados).

Barcelona  Ferran Barber | Diásporas / Público 
El número total de británicos en España difiere considerablemente en función de la fuente. Con arreglo al Instituto Nacional de Estadística, serían el tercero o el cuarto grupo más numeroso en la Península. Por el contrario, un informe de 2014 de la oficina de extranjería británica los convierte en la segunda comunidad de extranjeros en España, tan sólo superada por los rumanos y prácticamente a la par con los magrebíes.

Pese a lo que suele sostenerse, el grueso de los británicos no son viejecitos jubilados a cargo de los sistemas de protección social de Londres. En el mejor de los casos, estos representan solamente alrededor de un 20 por ciento de los residentes en nuestro país. La parte del león del “exilio” británico está constituida por adultos en edad laboral. 
La escritora Kate O’Reilly ha estudiado a este grupo desde 1990 y hasta el comienzo de la crisis financiera y se refiere a ellos como una comunidad innovadora, a la que puede encontrarse al frente de negocios turísticos, limpiando piscinas, paseando perros, regentando inmobiliarias, enseñando su idioma o cuidando de jardines.

La mayoría de los migrantes del Reino Unido suelen mencionar tanto el benigno clima español como su distendida cultura social para justificar la decisión de trasladarse a la Península, pero los estudios insinúan que abandonaron su país debido a las duras condiciones económicas y personales a las que tenían que hacer frente en Gran Bretaña, uno de los países con mayores desigualdades sociales de la UE junto a los propios "PIIGS" y a los estados bálticos. A todos los efectos y más allá de los clichés y de la propia percepción que ellos tienen sobre sus experiencias, dejaron el Reino Unido en pos de una vida mejor.

Sobre este asunto relevante viene llamando la atención cierto sector progresista de la Prensa inglesa, en vistas de la pujanza que el discurso antimigración está cobrando en su país gracias a partidos como UKIP. Durante las últimas elecciones europeas, los demócrata-liberales fueron prácticamente aniquilados y laboristas y conservadores a duras penas alcanzaron el 25 por ciento de los votos, frente al 28 de los euroescépticos. UKIP logró captar las simpatías de su electorado haciendo uso de un discurso esencialmente sostenido sobre el nacionalismo populista, la abierta oposición a Europa, una indisimulada xenofobia y el odio a los migrantes.

En general, buena parte de las escaramuzas públicas que libran los partidos británicos gira en torno a la llegada de trabajadores extranjeros y a la supuesta influencia que ésta tiene en el mercado nacional de empleo y en la maltrecha economía del país. Tanto el Partido Conservador como UKIP (Partido para la Independencia del Reino Unido), coinciden en culpar al "extranjero pobre" de sus males domésticos y animan a los electores a entregarles sus votos con promesas explícitas de cerrar las puertas del país a los foráneos. En el caso de UKIP; el tema de la inmigración no sólo ocupa un lugar preminente: lo llena todo. Toda la artillería electoral diseñada por esta formación euroracista durante las últimas elecciones giraba en torno a las supuestas amenazas de la inmigración e insistía a presentar a los trabajadores de la Europa del Este como un puñado de saqueadores de su sistema de protección social y sus empleos.

Lo que no suelen mencionar ni los conservadores ni los demagogos populistas es que la libertad europea de movimiento es un camino de ida y vuelta del que pocos países se han beneficiado más que Gran Bretaña. Al fin y al cabo, el número de trabajadores intracomunitarios en el Reino Unido (alrededor de 2.300.000) es sólo ligeramente superior al de británicos en la Unión Europea (1.800.000). Los grandes proveedores de opinión han pasado sistemáticamente por alto sobre el hecho de que su país es uno de los grandes exportadores de migrantes del mundo.

Uno de los mayores corredores migratorios del planeta discurre claramente desde Inglaterra a España, detalle que parte de la prensa conservadora británica acostumbra a maquillar disfrazando a sus “exiliados” de pensionistas o expatriados y evitando cuidadosamente cualquier mención a su condición real: la de trabajadores sin o con escasos recursos que abandonan su país para mejorar su situación por cualesquiera razones. El tan traído clima es sólo una de ellas, y no la más importante. Salvando las distancias, son perfectamente comparables a los búlgaros o los rumanos de los que tanto abominan los euroescépticos y sin embargo, la mayoría de ellos no se ven como migrantes y prefieren autodesignarse con el eufemismo de "expatriados".

“El número de británicos en España se acerca ya al millón”, escribía en The Guardian Ritwik Deo a mediados de 2012. “Positivamente sé que odian que se les llame migrantes porque, a su juicio, ellos sí contribuyen a la economía local y crean puestos de trabajo. ‘¿Dónde estarían los 'manueles' y los 'josés' sin nuestro dinero?’, piensan muchos. Y lo que es yo, no les culpo. Es una clara disonancia cognitiva originada por siglos de dominación sobre amplios territorios de todo el mundo. En Inglaterra, como en Francia, el término 'immigré' tiene connotaciones negativas, y apunta casi siempre a clandestino y magrebí. Por el contrario, 'expatriado' confiere un sello de superioridad que se reserva para los que pueden acreditar el pasaporte correcto”.

¿Cómo hacen compatible los ultranacionalistas británicos de UKIP su deseo de sacar a su país de la Unión Europea con la necesidad de preservar los derechos que poseen sus compatriotas en países como España? El propio Farage lo aclaró en mayo del pasado año durante una entrevista efectuada por un locutor de Talk Radio Europe, emisora de radio inglesa con base en España. A los jubilados británicos les preocupaba la suerte que podrían correr en la Península si Gran Bretaña se autoexcluía de la Unión. Y el líder de UKIP no tuvo problema alguno en asegurar que “no puede compararse a los británicos que viven en España con los polacos que viven en el Reino Unido”, dado que los primeros contribuyen significativamente a la economía española y, por lo tanto, no sería difícil suscribir un acuerdo bilateral con Madrid que les garantizara los mismos derechos que en la actualidad. De las palabras de Farage se infería que la llegada de "expatriados" del Reino Unido a cualquier país de Europa debería ser saludada como una bendición.

Nunca la comunidad británica ha despertado suspicacias significativas en la sociedad española ni ha provocado reacciones negativas reseñables, a pesar de sus problemas de integración y a su tendencia a concentrarse en guetos: un 60 por ciento de ellos no hablan bien el castellano y un tercio jamás mantiene el más mínimo contacto con los nativos. Curiosamente, la falta de integración en Gran Bretaña de comunidades de extranjeros como la paquistaní o la magrebí es uno de los argumentos más usados por las formaciones xenófobas para satanizar a los migrantes pobres.



AHORA LOS "CERDOS VOLADORES" SON LOS ESPAÑOLES, PORTUGUESES E ITALIANOS


El 16 de noviembre del pasado año, el semanario neoliberal inglés The Economist volvía a la carga con otra información sobre la inmigración del Reino Unido en la que se servía nuevamente de la designación de “cerdos voladores” para reforzar el interés del titular con un guiño chabacano. No era la primera vez que esta publicación racista deshojaba la margarita de los puercos: vuelan, no vuelan, vuelan… Claro que hasta la fecha sólo utilizaba el insultante acrónimo de PIGS o PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y “Spain”) en un contexto económico para referirse a los países con mayores problemas de balanza de pagos o, si se quiere, a los Estados “parias” del Mediterráneo y a la siempre vilipendiada Irlanda. Con los números del déficit en la mano, muchos propusieron duplicar la “g” del “pigs” para hacerle un hueco a Gran Bretaña en su gracieta.

Lejos de arredrarse por las quejas razonables de los aludidos, el semanario londinense fue todavía más lejos en noviembre pasado y se sirvió del acrónimo para designar a los ciudadanos de Francia y el sur de Europa que habían emigrado a Gran Bretaña como consecuencia de la crisis. En otras palabras, los “cerdos” ya no eran los estados del Mediterráneo, sino sus habitantes. “Llegan en avalancha a Gran Bretaña, ergo vuelan”, se infería del artículo. Y por si a alguno le quedaba alguna duda sobre la intención del periodista, la información se ilustraba con una foto de tres niñas vestidas de sevillanas. Acababan de cruzar la línea que separa lo burdo de la agresión flagrante.

A nadie le sorprendió el modo despectivo con el que The Economist se refería a los sureños. Al fin y al cabo, otros conocidos medios lo utilizan también con alegría. Paradigmático es el caso del Financial Times. Las quejas reiteradas de varios ministros del entorno geopolítico mediterráneo y las críticas de numerosos responsables de medios españoles de comunicación le arrancaron una tímida disculpa en 2010. A través de un breve artículo, el comentarista James Mackintosh aseguraba que la publicación había impuesto “una cuasi prohibición sobre el uso de este acrónimo”, al tiempo que proponía reemplazarlo por “estúpido”. Con o sin disculpas, el Financial Times sigue utilizando la designación.

Por otro lado, lo sorprendente del artículo aparecido el pasado 16 de noviembre en The Economist no fue esa ya familiar carga peyorativa, sino las docenas de comentarios críticos que desencadenó entre los propios británicos. Exactamente igual que a los “cerdos voladores” aludidos, les sorprendía las maneras arrogantes de la revista y se preguntaban qué consecuencias podía haber tenido esa visión del mundo en la gestión de la crisis global. Al fin y al cabo, muchos de los conceptos que manejan los economistas y los inversores se sostienen sobre percepciones subjetivas de la realidad. Esto es más obvio todavía cuando se habla de “confianza” de los mercados o de los inversores.

Claro que la información aparecida en noviembre no hablaba de Estados ni de números, sino de seres humanos. Lo que en realidad se discutía en ella eran las razones por las que la opinión pública (y la Prensa) británica trata de un modo más benevolente a los migrantes procedentes de España, Italia, Francia o Grecia, que a los de la Europa del Este. “Los italianos, los griegos y los españoles están proporcionando al Reino Unido licenciados universitarios, ingenieros y médicos. Añaden valor y diversidad a una común cultura occidental, en lugar de drenar los servicios sanitarios”, dejó escrito uno de los lectores en la sección de comentarios. “Es más fácil ver un médico italiano o griego que un paciente italiano o griego”, concluía.

El discurso que se leía entre las líneas de los comentarios estaba per sé contaminado de una visión del mundo incompatible con la realidad: la de la derecha anglosajona y la de los ultranacionalismos de nuevo cuño. En ese nuevo tablero internacional de juego que reflejaba el reportaje, españoles, portugueses, griegos e italianos ejercían de "buen negro", el tío Tom simpático cuya espalda todo el mundo palmotea
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