Banqueros sin fronteras
Es muy curioso que las cajas de ahorros, que empezaron siendo instituciones sin ánimo de lucro y con carácter social, hayan acabado en manos de individuos como Miguel Blesa, que apenas tiene carácter social y sí mucho ánimo de lucro. Se da la curiosa paradoja de que los mismos ahorros que fueron ingresando nuestros abuelos y bisabuelos en aquellas pequeñas sucursales de pueblo han terminado desembocando en los bolsillos de Miguel Blesa, de Rodrigo Rato y de otros célebres escultores de pelo.
En España la banca siempre ha sido una cuestión de estética capilar. Aquí hay dos tipos de banqueros: los que usan gomina y se echan el pelo para atrás (Blesa, Conde) y los que ya no pueden echarse atrás más pelo (Botín, Rato). También está Goirigolzarri, pero Goirigolzarri es que parece todo él hecho de postizos, desde el peluquín a la nariz pasando por el apellido. Resulta trabajoso hasta el punto de que probablemente el hombre necesite un DNI desplegable, pero al menos no es uno de esos apellidos que ya indican la futura proyección semántica del usuario. Vamos, que no hacía ninguna falta preguntarle a Botín o a Rato qué iban a ser de mayores. Ya se les veía venir, igual que a José Luis Pego, que se llevó 18 millones y medio de indemnización de Novacaixagalicia tras nueve meses de trabajo; o como Adolf Todó, que tiene un blindaje de más de ocho millones de euros. Adolf es que tenía cara de banquero desde antes del bautizo.
Yo siempre he sido muy supersticioso con esto de las palabras y lo que significan, y en la vida bautizaría a un perro con el nombre de Adolf, aunque sea con acento catalán, no te digo nada a un niño. Nos pasamos días y días para buscar un nombre a un cachorro de cocker hembra, negro como la tinta, y al final, después de muchas opciones, acabamos llamándolo Sombra, que resultó el nombre perfecto porque te sigue a todas partes, te metas donde te metas, y en el parque siempre se echa a retozar bajo los árboles. Si la llego a llamar Pirata, como pretendía uno de mis amigos, lo mismo el perro se me hace banquero.
Tan arraigada tengo esta creencia que de niño buscaba misterios ocultos en palabras sonoras y hermosas pero absolutamente inanes, como palangana, e incluso me quedaba mirando la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, pensando que allá, a lo lejos, debía alzarse un monte donde se almacenaba la piedad y hábiles mineros que la extraían cuidadosamente a paladas. Pero la piedad la sacaron toda, del monte no quedó más que terreno urbanizable donde levantar unos aparcamientos, los ahorros han volado en jubilaciones indecentes e indemnizaciones pútridas, y al final, después de tanta sustracción, sólo nos queda la caja.
De Miguel Blesa poco más se puede decir, excepto que su segundo apellido es de la Parra, donde seguimos todos
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