Cristóbal Montoro no ha sido nunca un tipo demasiado contenido, pero de un tiempo a esta parte ha perdido los papeles por completo. Su desquiciamiento le ha llevado a hablar en público de los “problemas” fiscales de algunos colectivos especialmente críticos con el Gobierno. Actores, partidos de izquierda, grupos de prensa no afectos y “creadores de opinión” han sido objeto en las últimas semanas de las malintencionadas insinuaciones del ministro de Hacienda.
Montoro ha intentado justificar estas insidias apelando al derecho que tenemos todos a conocer cómo atiende cada cual sus obligaciones ciudadanas. Sin embargo, por el cargo que ocupa, por las circunstancias que le rodean y por algunas decisiones que ha tomado, se me ocurren al menos cuatro razones que deberían animarle a conducirse con una mayor prudencia.
1.- Un ministro de Hacienda no puede ir alardeando de la información tributaria que por su condición de tal conoce. No sólo porque la ley le exige guardar “un estricto y completo sigilo” sobre esos datos, sino también por respeto al juego democrático. Que lo haga es una auténtica indecencia, como lo sería que el ministro del Interior o el director de los servicios de inteligencia, por ejemplo, rompieran el secreto profesional que deben observar, con el propósito de amedrentar al adversario.
2.- Montoro, en particular, carece de autoridad moral para dar lecciones sobre solidaridad fiscal después de haber decretado una amnistía que sólo favorece a los evasores. Entre ellos, por cierto, al extesorero del PP, Luis Bárcenas, y a otros implicados en el caso Gürtel. Esa amnistía, cuyo objetivo era teóricamente recaudatorio, se ha convertido, según todos los indicios, en un auténtico coladero para los corruptos. Además de dejar con un palmo de narices a quienes siempre han cumplido sus obligaciones tributarias.
3.- Para mayor escarnio, Montoro pertenece a un partido que está bajo sospecha de haber pagado sobresueldos en dinero negro y que ha reconocido abiertamente que difirió la indemnización por el despido de Bárcenas. Cosas ambas que suelen obedecer al deseo de eludir impuestos. Ni un reproche por esos comportamientos se le ha oído al titular de Hacienda, aunque fuera salvando el principio de la presunción de inocencia.
4.- Montoro ha sugerido que el compromiso fiscal de “ciertos” actores, partidos de izquierda, grupos de prensa y “creadores de opinión” deja mucho que desear, pero sin especificar cuáles. Mezclando, además, a quienes no quieren y a quienes circunstancialmente no pueden cumplir con Hacienda. De esa forma, ha querido socavar su credibilidad y meter el miedo en el cuerpo a los que tuvieran algo que temer. Actitud más propia de un bravucón de barrio que del ministro de un Gobierno democrático.
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