Juan José Millás
El fraude en los productos alimenticios, cuyas etiquetas dicen una cosa y su contenido real otra, metaforiza a la perfección el caos del mundo en el que vivimos. Las etiquetas se fabrican por un lado (en China o en Corea, no sabemos); los productos, por otros (quizá en granjas clandestinas de Vietnam), y luego las etiquetas y los productos se mezclan al azar en una nave ilegal de Alcorcón. Una cadena de montaje de locos, en fin. El caso es que donde pone carne de pollo a lo mejor es de potro y donde pone croquetas de jamón igual hay albóndigas de pescado. Más aún: el sintagma «huevo ecológico» podría aparecer en los testículos de toro, y así de forma sucesiva, hasta que no tengamos ni idea de lo que nos llevamos a la boca.
De ese modo, quieras que no, se va uno acostumbrando a nombrar las cosas al azar, por si hay suerte y en una de esas el sustantivo cae en su sitio. Pura lotería. Así, llamamos democracia a una situación que es de cualquier manera menos democrática, y programa electoral a un papel sin valor vinculante alguno. Usted vote lo que quiera y nosotros haremos lo que nos dé la gana, que viene a ser como pagar la carne de burro al precio de pollo de corral. Llamamos despido diferido al hecho de proteger a un gánster (presunto), copago al repago y sanidad gratuita universal a la sanidad privada restringida.
No importa, el aprendizaje del idioma se estimula cuando empezamos a tener problemas con los significados. Y estamos en eso. Del mismo modo que las etiquetas y los envases se encuentran al azar, sin que haya siempre coincidencia entre una cosa y otra, las palabras y las realidades que nombran se casan y descasan con la facilidad con la que en Las Vegas te unen y te desunen. Pronto, de seguir así, en un envase de pastillas contra la malaria encontraremos el prospecto de un jarabe antitusivo y bajo las pastas de un libro de historia aparecerá una novela de aventuras. Solo nos falta que las albóndigas con la etiqueta de croquetas, en vez de introducirlas en el microondas, las metamos tres minutos, para calentarlas, en el cajón de la ropa interior, donde vaya usted a saber qué habrá para entonces. Resulta dramático, pero tiene su lado cómico.
De ese modo, quieras que no, se va uno acostumbrando a nombrar las cosas al azar, por si hay suerte y en una de esas el sustantivo cae en su sitio. Pura lotería. Así, llamamos democracia a una situación que es de cualquier manera menos democrática, y programa electoral a un papel sin valor vinculante alguno. Usted vote lo que quiera y nosotros haremos lo que nos dé la gana, que viene a ser como pagar la carne de burro al precio de pollo de corral. Llamamos despido diferido al hecho de proteger a un gánster (presunto), copago al repago y sanidad gratuita universal a la sanidad privada restringida.
No importa, el aprendizaje del idioma se estimula cuando empezamos a tener problemas con los significados. Y estamos en eso. Del mismo modo que las etiquetas y los envases se encuentran al azar, sin que haya siempre coincidencia entre una cosa y otra, las palabras y las realidades que nombran se casan y descasan con la facilidad con la que en Las Vegas te unen y te desunen. Pronto, de seguir así, en un envase de pastillas contra la malaria encontraremos el prospecto de un jarabe antitusivo y bajo las pastas de un libro de historia aparecerá una novela de aventuras. Solo nos falta que las albóndigas con la etiqueta de croquetas, en vez de introducirlas en el microondas, las metamos tres minutos, para calentarlas, en el cajón de la ropa interior, donde vaya usted a saber qué habrá para entonces. Resulta dramático, pero tiene su lado cómico.
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