lunes, 4 de febrero de 2013

HAY QUE DECIRLE A INGLATERRA QUE SE VALLAN

                                                                                     



Joaquín Rábago

Los británicos, y más concretamente los ingleses, nunca se han sentido europeos. El continente ha tenido siempre mala prensa. Las aguas del Canal parecen dividir más que las cumbres pirenaicas. Difícilmente se verá la bandera de las estrellas colgar de un asta en los edificios públicos de ese país. Ni tampoco placas que recuerden que tal o cual obra púbica fueron posibles gracias a los fondos comunitarios. Contrariamente a lo que ocurre entre nosotros. Pues es de bien nacidos, ser agradecidos, como decimos aquí.
Los gobiernos de su Graciosa Majestad sólo han querido ver en la Unión Europea un espacio de libre comercio. De ahí que hayan sido siempre los mayores impulsores de la ampliación al Este. Cuántos más países dentro, mejor. Menor cohesión, debieron de pensar. Y algunos como los checos parecen hasta ahora darles la razón. Tampoco favorecen la causa europea unos medios que, con alguna excepción como el Financial Times o el semanario The Economist, son profunda e incluso irracionalmente hostiles a todo lo que venga de Bruselas o de Alemania, el viejo país enemigo.
Incluso un político como Tony Blair, que ha pasado siempre por ser el más europeísta de los primeros ministros británicos, ve la Unión Europea no tanto como una comunidad de valores cuanto de intereses, una fuerza económica con la que Gran Bretaña podrá competir mejor en un mundo globalizado. Nada de poner en tela de juicio el modelo económico, lo que hace aguas, según él, es el modelo social. Para el viejo amigo de George W. Bush y José María Aznar, «no es una cuestión de derechas o de izquierdas, sino que hay que entender que el mundo ha cambiado y hemos de amoldarnos».
Los británicos, incluso los menos euroescépticos, quieren una Europa a la carta, que les permita escoger lo que les interesa del llamado acervo comunitario y prescindir en cambio de lo que no les conviene. Pero, como señalaba en su último número el semanario The Economist, si el Reino Unido reclama que se le exima de cumplir las directrices europeas en materia social y laboral, ¿qué impedirá a Francia a su vez pedir protección para sus sectores industriales en dificultades?
En lo que sin duda tienen razón los británicos, pero no sólo ellos, es en denunciar el actual déficit democrático de la Unión. Pero la solución no es renacionalizar muchas de las competencias confiadas en su día a Bruselas, sino exigir mayores poderes para el Parlamento Europeo y una elección más democrática de la Comisión. Necesitamos más, y no menos Europa, pero una Europa donde los asuntos que afectan a todos se discutan y decidan democráticamente y no por imposición de una canciller a quienes, salvo los propios alemanes, ninguno de los otros europeos hemos elegido. Una Europa donde haya más subsidiariedad y menos burocracia, pero también más solidaridad y donde primen la transparencia y el control democrático de las decisiones que se adopten centralmente. De no ser así, mejor volver a los parlamentos nacionales, al menos siempre y cuando funcionen tan democráticamente como el británico, lo cual no es por desgracia el caso entre nosotros.



                                         



No hay comentarios:

Publicar un comentario