martes, 9 de julio de 2013

ESTA ES LAA HISTORIA "CASI" JAMAS CONTADA..........AUN QUE MUCHISIMOS CATOLICOS PREFIEREN NO SABER NADA AHI ESTAN LAS HAZAÑAS DE LOS REPRESENTANTES DE DIOS EN LA TIERRA,

Los banqueros de Dios


                                                                                           
09.07.2013 | 05:30

Luis M. Alonso
En medio de una nueva tempestad vaticana, el papa Francisco ha expresado sus dudas acerca del Instituto para las Obras de la Religión (IOR). «Es necesario sólo hasta cierto punto», dijo. «San Pedro no tenía cuenta en el banco», remachó. Son declaraciones que nacen presumiblemente de una reflexión sobre la difícil convivencia entre la Iglesia y el dinero y que preanuncian, según los observadores papales, la reforma radical de la Curia. Durante la larga historia del papado, los cambios en la Curia han estado particularmente motivados por problemas de naturaleza financiera. En otros momentos, no demasiado lejanos, estas convulsiones trajeron consigo saqueos, sobornos y muertes.
Su Santidad se habrá acordado de Marcinkus, el hijo del inmigrante lituano que se ganaba la vida acristalando las ventanas de los rascacielos de Chicago. Paul Casimir Marcinkus, presidente del IOR y uno de los jugadores clave de la partida de ajedrez que se jugó a lo largo de años entre el Vaticano y los grandes bancos, supo olvidarse de que el dinero era el excremento del diablo y pronunció aquella frase de que no se podía dirigir la Iglesia con el Avemaría, que aún figura en el frontispicio de las finanzas vaticanas.
El 26 de agosto de 1978, Albino Luciani fue elegido papa y sucesor de Pablo VI. Desde el primermomento comenzó a circular dentro de la Curia la imagen de un hombre inadecuado para el puesto, un corazón puro, demasiado simple para la complejidad del aparato que iba a gobernar. No pocos cardenales se mostraban descontentos con la elección, pero quizás el más infeliz de todos era el arzobispo Marcinkus, que había esperado hasta el último momento la ascensión de Giuseppe Siri. El pontificado duró 33 días. Sólo la incredulidad y el asombro superaron las vacilaciones vaticanas a la hora de explicar el cómo y el porqué de la súbita muerte de Juan Pablo I. En seguida, las dudas dejaron paso a las sospechas de asesinato; la autopsia del cadáver jamás llegó a realizarse, lo que disparó las especulaciones.
El escritor inglés David Yallop abonó en su libro En nombre de Dios la tesis de una  conspiración homicida sustentada en seis presuntos autores del asesinato de Luciani: el secretario de Estado del Vaticano, Jean Villot; el cardenal de Chicago, John Cody; el presidente del IOR, Marcinkus; el banquero de la Mafia, Michele Sindona; Roberto Calvi, presidente del banco ambrosiano, y Licio Gelli, venerable maestro de Logia P2, una organización semiclandestina ligada al fascismo desde sus inicios cuyo fin era la implantación de un Estado autoritario en Italia. Gelli, la mano en la sombra que protegía a Calvi y a Marcinkus, se financiaba a través del Ambrosiano, al igual que el dirigente socialista Bettino Craxi, que recibió millones a fondo perdido.
Calvi dejó Italia en 1982 acosado por la descomunal deuda contraída por su banco. Fue descubierto a los pocos días por un empleado del Daily Express pendiendo colgado del puente de Blackfriars en Londres. La policía comprobó que llevaba consigo dos relojes de la marca Patek Phillipe y varios miles de dólares encima, además de cuatro kilos de piedras en los bolsillos. Primero se dictaminó suicidio y más tarde los tribunales establecieron que lo habían asesinado. Entre los acusados figuró el dirigente mafioso Pippo Calò.
En los días que precedieron a su misterioso asesinato, Calvi había escrito una carta a Juan Pablo II advirtiéndole contra los enemigos internos, dirigidos, según él, por Agostino Cassaroli, secretario de Estado del Vaticano. En ella, prometía callar con el propósito de salvar su vida. Las dos desapariciones, la de Luciani y la de Calvi, fueron recreadas en la pantalla por la película El padrino III.
El arzobispo Marcinkus y el banquero Calvi llegaron a mantener una relación muy estrecha. El segundo asesoraba al cardenal y cubría las pérdidas en que incurría frecuentemente  procedentes de sus devaneos bursátiles. Ambos se familiarizaron con el lavado del dinero mafioso por medio de sus redes bancarias internacionales. El Instituto para las Obras de la Religión, fundado como comisión para las causas pías por León XIII en 1887, adquirió relevancia por ser un banco especial, offshore por un lado, operando con extraterritorialidad, y, por otro, con los pies en la tierra, donde el cliente podía entrar con una maleta llena de dinero de cualquier procedencia y salir, sin un recibo, en la seguridad de que las cantidades iban a circular sin dejar rastro. Efectivamente, no era así como lo entendía San Pedro,  pero sí Paul Marcinkus, que antes de morir en Phoenix (Arizona) se encargó de dejar como legado para la posteridad su pensamiento cristiano basado en la teoría de que la Iglesia no se dirige con avemarías.

Luciani no pensaba de ese modo. Se oponía a que lpoco tiempo después.a Iglesia usase su dinero como un banco cualquiera. Calvi y Sindona habían hecho discretas averiguaciones sobre la creciente irritación del papa. Coincidiendo con su elección se publicó una lista de 131 miembros del clero pertenecientes a la logia P2, la mayoría del Vaticano. La lista fue publicada por el pequeño periódico Observador Político. El autor de la investigación, el periodista Mino Pecorelli, desaparecería 

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