Los banqueros de Dios
Luis M. Alonso
El escritor inglés David Yallop abonó en su libro En nombre de Dios la tesis de una conspiración homicida sustentada en seis presuntos autores del asesinato de Luciani: el secretario de Estado del Vaticano, Jean Villot; el cardenal de Chicago, John Cody; el presidente del IOR, Marcinkus; el banquero de la Mafia, Michele Sindona; Roberto Calvi, presidente del banco ambrosiano, y Licio Gelli, venerable maestro de Logia P2, una organización semiclandestina ligada al fascismo desde sus inicios cuyo fin era la implantación de un Estado autoritario en Italia. Gelli, la mano en la sombra que protegía a Calvi y a Marcinkus, se financiaba a través del Ambrosiano, al igual que el dirigente socialista Bettino Craxi, que recibió millones a fondo perdido.
Calvi dejó Italia en 1982 acosado por la descomunal deuda contraída por su banco. Fue descubierto a los pocos días por un empleado del Daily Express pendiendo colgado del puente de Blackfriars en Londres. La policía comprobó que llevaba consigo dos relojes de la marca Patek Phillipe y varios miles de dólares encima, además de cuatro kilos de piedras en los bolsillos. Primero se dictaminó suicidio y más tarde los tribunales establecieron que lo habían asesinado. Entre los acusados figuró el dirigente mafioso Pippo Calò.
En los días que precedieron a su misterioso asesinato, Calvi había escrito una carta a Juan Pablo II advirtiéndole contra los enemigos internos, dirigidos, según él, por Agostino Cassaroli, secretario de Estado del Vaticano. En ella, prometía callar con el propósito de salvar su vida. Las dos desapariciones, la de Luciani y la de Calvi, fueron recreadas en la pantalla por la película El padrino III.
El arzobispo Marcinkus y el banquero Calvi llegaron a mantener una relación muy estrecha. El segundo asesoraba al cardenal y cubría las pérdidas en que incurría frecuentemente procedentes de sus devaneos bursátiles. Ambos se familiarizaron con el lavado del dinero mafioso por medio de sus redes bancarias internacionales. El Instituto para las Obras de la Religión, fundado como comisión para las causas pías por León XIII en 1887, adquirió relevancia por ser un banco especial, offshore por un lado, operando con extraterritorialidad, y, por otro, con los pies en la tierra, donde el cliente podía entrar con una maleta llena de dinero de cualquier procedencia y salir, sin un recibo, en la seguridad de que las cantidades iban a circular sin dejar rastro. Efectivamente, no era así como lo entendía San Pedro, pero sí Paul Marcinkus, que antes de morir en Phoenix (Arizona) se encargó de dejar como legado para la posteridad su pensamiento cristiano basado en la teoría de que la Iglesia no se dirige con avemarías.
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