Joaquín Rábago
29.04.2013 | 05:30
El filósofo italiano Giorgio Agamben ha querido intervenir en el debate en torno al futuro de la Unión Europea con un panfleto en el que reivindica una alianza de los países latinos bajo dirección francesa frente a la asfixiante hegemonía alemana.
Agamben, pensador en cuya obra se refleja la influencia de dos filósofos alemanes muy distintos, Walter Benjamin y Martin Heidegger, ha publicado su artículo en el diario francés Libération bajo el título «¡Que el Imperio latino contraataque!». En él, Agamben se remite a la predicción que hizo en 1947 otro filósofo, Alexandre Kojève, de origen ruso si bien desarrolló toda su obra en Francia, donde pronunció importantes conferencias sobre la filosofía de Hegel, e incluso se adelantó desde una perspectiva marxista a las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia.
Como nos recuerda Agamben en su panfleto, Kojève previó con gran lucidez el fin de los Estados naciones que hasta aquel momento habían determinado la historia europea. Al igual que la formación del Estado moderno se derivó del declinar de las formaciones políticas feudales, los Estados naciones habían de dejar paso a formaciones políticas que superarían las fronteras y que él designó con el nombre de «imperios». En la base de esos imperios no estaría ya «una unidad abstracta, indiferente a los vínculos reales de cultura, de lengua, de estilo de vida y de religión», sino que aquéllos constituirían «unidades políticas transnacionales, formados por naciones emparentadas».
Kojève predijo en el ensayo que publicó en 1947 bajo el título de «El Imperio latino» que el país que acababa de ser derrotado por segunda vez en una guerra mundial, Alemania, llegaría a convertirse al cabo de unos años en la principal potencia económica europea y reduciría a la orgullosa Francia a un papel de segunda fila en el concierto europeo. Para prevenir tal estado de cosas, Kojève proponía a Francia colocarse en cabeza de un «Imperio latino», que uniría política y económicamente a las tres grandes naciones latinas del continente „España, Francia e Italia„ todas ellas católicas. Según el filósofo franco-ruso, la Alemania luterana se vería atraída por su «vocación extraeuropea» y adoptaría ciertas formas del Imperio anglosajón, junto a las cuales las naciones latinas no dejarían de «ser un cuerpo más o menos extraño, reducido necesariamente a un papel periférico, de simple satélite».
Agamben ve realizada la profecía de Kojève en una Unión Europea en la que Alemania impone su ley económica sin dejar prácticamente espacio para las formas de vida o de cultura de los pueblos mediterráneos. La pretendida unidad se reduce a «imponer a la mayoría de los más pobres los intereses de la minoría de los más ricos, que coinciden la mayor parte del tiempo con los de una sola nación, a la que nada en la historia reciente permite considerar ejemplar», nos dice el filósofo italiano en clara alusión al nacionalsocialismo. «No solamente no tiene ningún sentido exigirle a un griego o a un italiano que viva como un alemán, sino que, aunque tal cosa fuera posible, ello conduciría inevitablemente a la desaparición de un patrimonio cultural que es ante todo una forma de vida».
Para evitar la disolución de Europa bajo el martillo uniformador alemán, Agamben exige en su panfleto un replanteamiento de la Constitución Europea, de la que explica que no es realmente una constitución desde el punto de vista del derecho público porque no ha sido sometida al voto popular y, donde lo ha sido, como en Francia, ha sufrido un rotundo rechazo popular.
Agamben, pensador en cuya obra se refleja la influencia de dos filósofos alemanes muy distintos, Walter Benjamin y Martin Heidegger, ha publicado su artículo en el diario francés Libération bajo el título «¡Que el Imperio latino contraataque!». En él, Agamben se remite a la predicción que hizo en 1947 otro filósofo, Alexandre Kojève, de origen ruso si bien desarrolló toda su obra en Francia, donde pronunció importantes conferencias sobre la filosofía de Hegel, e incluso se adelantó desde una perspectiva marxista a las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia.
Como nos recuerda Agamben en su panfleto, Kojève previó con gran lucidez el fin de los Estados naciones que hasta aquel momento habían determinado la historia europea. Al igual que la formación del Estado moderno se derivó del declinar de las formaciones políticas feudales, los Estados naciones habían de dejar paso a formaciones políticas que superarían las fronteras y que él designó con el nombre de «imperios». En la base de esos imperios no estaría ya «una unidad abstracta, indiferente a los vínculos reales de cultura, de lengua, de estilo de vida y de religión», sino que aquéllos constituirían «unidades políticas transnacionales, formados por naciones emparentadas».
Kojève predijo en el ensayo que publicó en 1947 bajo el título de «El Imperio latino» que el país que acababa de ser derrotado por segunda vez en una guerra mundial, Alemania, llegaría a convertirse al cabo de unos años en la principal potencia económica europea y reduciría a la orgullosa Francia a un papel de segunda fila en el concierto europeo. Para prevenir tal estado de cosas, Kojève proponía a Francia colocarse en cabeza de un «Imperio latino», que uniría política y económicamente a las tres grandes naciones latinas del continente „España, Francia e Italia„ todas ellas católicas. Según el filósofo franco-ruso, la Alemania luterana se vería atraída por su «vocación extraeuropea» y adoptaría ciertas formas del Imperio anglosajón, junto a las cuales las naciones latinas no dejarían de «ser un cuerpo más o menos extraño, reducido necesariamente a un papel periférico, de simple satélite».
Agamben ve realizada la profecía de Kojève en una Unión Europea en la que Alemania impone su ley económica sin dejar prácticamente espacio para las formas de vida o de cultura de los pueblos mediterráneos. La pretendida unidad se reduce a «imponer a la mayoría de los más pobres los intereses de la minoría de los más ricos, que coinciden la mayor parte del tiempo con los de una sola nación, a la que nada en la historia reciente permite considerar ejemplar», nos dice el filósofo italiano en clara alusión al nacionalsocialismo. «No solamente no tiene ningún sentido exigirle a un griego o a un italiano que viva como un alemán, sino que, aunque tal cosa fuera posible, ello conduciría inevitablemente a la desaparición de un patrimonio cultural que es ante todo una forma de vida».
Para evitar la disolución de Europa bajo el martillo uniformador alemán, Agamben exige en su panfleto un replanteamiento de la Constitución Europea, de la que explica que no es realmente una constitución desde el punto de vista del derecho público porque no ha sido sometida al voto popular y, donde lo ha sido, como en Francia, ha sufrido un rotundo rechazo popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario