Lo que esconde la “casita
en la playa” de Susana Díaz
“Muchos de los que se indignaron –el 15M-
pensaban que iban a poder tener su casita en la playa y que iban a conseguir
que sus chavales fueran a la universidad y, además, tuvieran un master”, dijo
Susana Díaz en enero, y que hoy ha saltado a la palestra, para darle una
explicación a la situación en la que se encuentra el PSOE y por qué los jóvenes
han dejado de votar al partido que ha aglutinado históricamente el voto
progresista en España.
Con
esta explicación, Susana Díaz quería decirle a los militantes del PSOE que los
indignados son un grupo de niñatos frustrados por no poder vivir una vida según
la expectativas que se habían creado. Sería entendible este argumento si
viniera de alguien del PP, pero que una mujer que lleva toda su vida militando
en la socialdemocracia explique, con tal nivel de frivolidad y odio hacia la
gente sencilla, el fenómeno de empobrecimiento que está sufriendo España merece
un análisis freudiano del que no saldría bien parada.
Donde
la mayoría de la ciudadanía vemos una crisis que nos está enfermando, rompiendo
los planes de futuro y a la que sobrevivimos con contratos parciales y sueldos
paupérrimos, Susana Díaz ve enemigos que atacan al PSOE, el partido al que
Susana Díaz considera que “hay que aprender a quererlo y cuidarlo” porque para
ella el PSOE no es una herramienta, sino un fin en sí mismo.
Asusta
la nula capacidad intelectual que tiene la presidenta de al Junta de Andalucía
para analizar el fenómeno de los indignados que electoralmente ha destrozado a
su partido y que Podemos ha convertido en su masa electoral. “A cambio de que
haya economía de mercado, los socialdemócratas intervendremos en el Estado vía
salarios e impuestos para que nadie se quede atrás”, venía a ser el pacto
social que durante décadas ha representado el PSOE y que la crisis económica ha
mostrado que era mentira, que ese pacto sólo ha funcionado hasta que los dueños
del cortijo –bancos y grandes empresas- han querido.
Si
Susana Díaz pisara el suelo que pisamos el resto de los mortales, si se montara
en los autobuses urbanos, cogiera el tren y tuviera que salir a la calle
diariamente a buscarse la vida, sabría que los indignados no lo están por no
poder aspirar a una casita en la playa, sino simplemente porque a los jóvenes y
no tan jóvenes les cuesta la misma vida pagar el alquiler –si es que áun han
salido de casa de sus padres- y llenar el carrito de la compra en un país donde
la mitad de los trabajadores cobra menos de 1.000 euros, donde un tercio de la
población está en el umbral de la pobreza, donde un 16,7% de los niños y niñas
viven en situación de pobreza severa y el 40% de los hogares compuestos por una
mujer sola y sus hijos duermen cada noche en el frío e inhóspito umbral de la
exclusión social.
Las
reformas laborales aprobadas por PP y PSOE tienen en Andalucía, sin ir más
lejos, a un 40% de los trabajadores cobrando menos de 650 euros al mes y a un
25,7% de niños y niñas que no comen nunca pescado en casa porque viven en
hogares donde se ingresa menos de 9.000 euros al año, a los que hay que quitarles
los gastos de vivienda, luz, agua y gas. A todo esto sin contar que en lo que
llevamos de crisis se han desahuciado a más de medio millón de familias, que
por las subidas de las tasas la universidad ha perdido en los últimos cuatro
años a 134.000 estudiantes o que el desempleo juvenil supera el 50% y que casi
500.000 jóvenes han cogido las maletas y un billete de avión rumbo a la
emigración.
Si
Susana Díaz fuera una líder política socialdemócrata, no se atrevería a culpar
a las víctimas por atreverse a salir a la calle a pedir derechos y, lejos de
usar el argumentario del PP, dejaría ya esa verborrea vacua aprendida en la
lectura de los resúmenes de prensa que desde que tiene 20 años le llevan
poniendo encima de la mesa del despacho y empezaría a plantear soluciones
valientes, para lo que necesitaría enfrentarse a Felipe González y a los dueños
de las grandes empresas que la están utilizando como la “izquierda útil” para
seguir engrosando su tasa de beneficios a costa de dejar a millones de
criaturas por el camino.
Susana
Díaz necesita urgentemente bajarse del coche oficial, pasearse por los nueve
barrios andaluces que están entre los diez más pobres de España, darse una
vueltecita por localidades como Sanlúcar de Barrameda, Algeciras, Cádiz,
Granada, Sevilla, los barrios periféricos de Córdoba, el interior de Jaén y
Almería, El Ejido y tantos y tantos núcleos andaluces donde el empobrecimiento
contamina el mismo aire que respiramos y en el que la gente rifa manojos de
espárragos, tagarninas o electrodomésticos de bajo coste por las calles para ir
sorteando la exclusión social.
No sabe
dónde vive, quiénes son sus conciudadanos, el dolor social que la crisis ha
acarreado y las depresiones que están sufriendo muchas personas. No porque no
tengan para comprarse una casita en la playa, sino porque directamente no saben
si mañana por la mañana aparecerá la policía a echarlas de sus casas con lo
puesto o si tendrán un puchero que poner en la mesa cuando sus hijos lleguen
del colegio. Susana Díaz no tiene ni idea de que en Andalucía hay maestros que
le compran de su bolsillo el desayuno a sus alumnos, que hay abuelos que con su
raquítica pensión están manteniendo a los hijos y nietos, que hay quienes
tienen que decidir entre pagar los medicamentos o comer o que hay mujeres que
limpian habitaciones de hoteles a 2 euros la hora.
A
Susana Díaz, que cobra 3.200 euros mensuales y que no sabe lo que es entregar
un curriculum y sentarse delante de un empresario a que te regatee tu fuerza de
trabajo por cuatro perras gordas, le vendría humanamente muy bien perder las
primarias del domingo. Y salir luego a la calle a intentar conocer en qué país
nos hemos convertido, en qué país nos han convertido políticos como ella que se
sienten amenazados por la gente sencilla que sale pacíficamente a la calle a
pedir derechos y recordar que a este país no lo conoce ni la madre que lo
parió.
Twitter: @RaulSolisEU
Facebook: Raúl Solís
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