domingo, 16 de diciembre de 2012

EL BENDITO Y MARAVILLOSO UNIVERSO


Más allá de Orion

Vicente Aupí

Una de las frases memorables de la historia del cine es la del replicante protagonizado por Rutger Hauer en Blade Runner, película de Ridley Scott. «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orion...», afirma ante la mirada asombrada del policía encarnado por el actor Harrison Ford. Esta cita, que está entre las más célebres de la ciencia ficción, seguramente no se recordaría tanto si en el guión se hubiera elegido otra constelación en lugar de Orion. En el cine, en la literatura, en la astronomía y en la vida no hay otra agrupación de estrellas que ejerza el mismo influjo, la misma pasión, y esto es algo que se demuestra todos los años por estas fechas, en las que la silueta del Gran Cazador „como se conoce en la mitología a Orion„ y sus brillantes estrellas aportan un destello de calidez en el cielo del frío invierno. Los hielos nocturnos de diciembre tienen su contrapunto en el firmamento, donde las llamas que hacen brillar las estrellas de Orion despiertan en el observador sensaciones mágicas. Seguramente, también sucumbieron a esa belleza Ridley Scott y sus guionistas.En las semanas previas al solsticio de diciembre, Orion gana altura y se adueña del cielo nocturno. Su figura inconfundible surge por el horizonte este a primeras horas de la noche y se mueve hacia el sur, con la supergigante roja Betelgeuse coronando la constelación y la supergigante azul Rigel al pie. Entre ambas, el Cinturón de Orion „tres estrellas en línea„ que forman, de izquierda a derecha, Alnitak, Alnilam y Mintaka. Debajo de ellas, visible claramente con prismáticos y tenuemente a ojo desnudo, la Gran Nebulosa de Orion (M 42), situada a unos 1.500 años luz de nuestro Sistema Solar. Muy lejos, sí, pero una nimiedad desde una perspectiva cósmica, porque en realidad Orion es la puerta de al lado. Es más, en verdad vivimos en Orion, y eso lo constataría un hipotético observador extragaláctico, alguien que pudiese observarnos desde fuera de nuestra galaxia, la Vía Láctea.
Por lo que sabemos en el presente, la estructura galáctica de la Vía Láctea es espiral, y nosotros, en la Tierra, y el Sistema Solar habitamos el llamado Brazo de Orion. Es uno de los brazos espirales de la galaxia, en el que están el Sol, las estrellas de Orion y las de otras constelaciones, como la del Cisne (Cygnus). Estamos en una zona intermedia de la galaxia, entre el brazo más interno de Sagittarius y el más externo de Perseus. De hecho, en los meses de julio y agosto, cuando miramos hacia la constelación de Sagittarius estamos dirigiendo nuestra vista hacia el centro de la Vía Láctea. En una sencilla búsqueda por internet pueden verse infografías en las que se ha construido el esquema de la galaxia, y su estudio es muy ilustrativo, porque se aprecia esa vecindad que tenemos con Orion y la posición que ocupamos en la ciudad estelar que es la Vía Láctea. Y, al analizarla, la deducción es evidente: más allá de Orion está casi todo; el resto de la galaxia y el Universo extragaláctico, es decir, ese vasto espacio en el que están objetos celestes populares como las galaxias de Andromeda (M 31) y el Torbellino (M 51), pero también todas las demás y los cúmulos y supercúmulos de galaxias más lejanos. Aquí ya no hablamos de años luz, sino de millones de años luz.
Los 800-1.500 años luz que nos separan de algunas estrellas de Orion y de su Gran Nebulosa parecen inconcebibles, pero son sólo un corto paso en el camino inabarcable de las distancias cósmicas. Los planetas del Sistema Solar, uno por uno, han sido visitados en el último medio siglo por sondas espaciales enviadas por la humanidad, lo que ha permitido ver y estudiar de cerca lo que los astrónomos sólo podían intuir antes gracias al telescopio. Pero viajar a Orion o al sistema estelar de Alfa Centauri „el más cercano a nosotros, situado a «sólo» 4,3 años luz„ sólo podemos conseguirlo gracias a los telescopios o a los prismáticos, que ofrecen una versatilidad extraordinaria para quienes se inician en la observación del cielo. Con ellos no podremos ver naves en llamas más allá de Orion, pero sí la estructura principal de su Gran Nebulosa, que aparece ante nuestros ojos con tonos azulados.Pero en estas noches de diciembre, que son las más largas del año en el hemisferio norte, Orion no está sólo en el cielo nocturno. Muy cerca de él se encuentran dos de los más destacados cúmulos de estrellas: en la constelación de Taurus está el de las Hyades, que tiene la forma de la letra Y junto a la brillante estrella Aldebaran, de color anaranjado. Y en sus proximidades están las Pléyades, seguramente el cúmulo estelar más espectacular del cielo boreal, un excelente objeto celeste para observar con los prismáticos y un excelente ensayo para nuestra vista, porque el número de estrellas visibles a ojo desnudo (sin ayudas ópticas) varía en función de nuestra capacidad visual y de la transparencia del cielo. Lo habitual es apreciar seis o siete de las estrellas principales del cúmulo, pero las personas con ojo de águila pueden distinguir nueve en las noches favorables. Los prismáticos y los telescopios las multiplican por cientos en un espectáculo astronómico extraordinario.
Para los más intrépidos que posean telescopio, una excelente aventura es buscar R Leporis, la Estrella Carmesí, descubierta por John Russell Hind en 1845 y definida por él como «una gota de sangre» por su intenso color rojo. Tiene un ciclo complejo con extraordinarios cambios de brillo a lo largo de varias décadas y está al pie de Orion, en la constelación de la Liebre (Lepus). Pero los que opten por algo más asequible, estos días tienen Júpiter en esa zona del cielo, cerca de la estrella Aldebaran, donde brilla como ningún otro astro y es inconfundible por su color entre blanco y amarillento. Con prismáticos sujetos a un trípode o un soporte estable se pueden ver junto al planeta sus cuatro lunas principales, descubiertas en 1610 por Galileo: Ganimedes, Europa, Io y Callisto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario